EDGAR MORISOLI

Tierra que se

Tierra que sé. Tierra que voy sabiendo lentamente,
aprendiéndola así, demoroso y callado,
o cavando y cavando la noche de la greda
para alumbrarle el hueso continental y amargo,
Último amor, la luna del Oeste
sube en mi corazón como una brasa
íntima, pensativa.
Sobre esa luz que me defiende el pecho
miro al jinete elemental, al padre
carpidor. regador, el guitarrero de la tarde costeña,
la tibia rama viva sobre los salitrales,
la gente que elegí para quererla,
la tierra, el horizonte que me sangra al cantar.
Para qué tanto cielo. Para qué, para quién
ese esplendor perpetuo y solitario
en que el águila cierne su alto capullo inmóvil
y el ángel de la tarde se arrodilla en la brisa?
-Yo no soy quien responde. Otro
lo sabe: un hombre silencioso
-tabaquera de cholque, soledad y alpargatas-,
al que de pronto el vino o el aire del galope crecen austral, voraceador
/del día,
linaje de reseros y pastores,
la provincia barrosa que tejen las acequias,
(Don Ifraín tras de sus mulas, hondo
de tarde por los surcos: claro patriarca de la primavera),
el puestero remoto que gavilla en el viento las briznas de la llanura
/o el olvido!
Así aprendemos tu dolor, tu dura
belleza, tierra, el migajón salado
que bajo la corteza de pedroso silencio guardas para la boca que
/te canta.
y un aroma, un aroma...



Ni paloma ni río

“La distancia no es aire, ni paloma, ni río;
ni siquiera doradura de adiós sobre la frente.
La distancia no late sino quema: escarcha que
va arando la tibieza de un pecho...”

Y uno escribe la carta prometida. Se trata
de ser puntual, de que no crezca olvido, Por eso, simplemente
semana tras semana el alejado
escribe. Se inventa o se desangra
en cada carta; miente
un poco; se repite, ¡y es pálido, es
remoto el fuego de la vida al trasluz de esas páginas
que viajarán después. plegadas, confundidas
a tantas otras páginas de secreta escritura
que llevan cólera y nostalgia, dicha o rutina, padecimientos
y raras veces la visión!
-Todas, sí, cada una
con su sediento filo de misterio y su luna
viva, mortal.

Alguien la espera, lejos,
semana tras semana. Y la distancia
se mide por la arena del silencio, la arena
oscura del silencio, solitaria. ¡Viviente
flor o nombre de flor
que tan callado
crece,
de una carta a otra carta, de un destello
a otro destello, a otro
fulgor de adiós que la azul bengala deslumbrará en la noche de banderas
fugitivas: en la mano tendida y obstinada cuya palma sostiene sin el menor
temblor esa brasa terrible que lentamente la calcina y se llama
distancia!



Itinerario de la compañera

Fragmento

Paso a nombrarte. Un silbo de calandria
te hace fronda el ayer: la arena del otoño donde el amor fue
estruendo, junco mecido
por el viento infinito con que despierta el mundo.

Y hemos hecho los días. Barro, menuda llama
que los astros sedientos despeñan al olvido,
fueron en nuestras bocas dócil memoria, azul desesperado,
sencilla alfarería que doró la ternura,
cántaros misteriosos en que un zumo violento se acendraba…
Fueron en nuestras manos constelado silencio: rumor de
aguas profundas
que sostienen y nutren la noche en sus espaldas,
vendaval de alegría,
hebra tensa y vibrante sobre su propia magia, sobre su propio
dédalo, lámpara que alimentan con un aceite eterno los
huesos de los vivos!.

Mujer, piedra del sueño, umbral de todo el canto.

…del corazón del alba la paloma
vuela al amor, antorcha combatida
que encendimos llorando de jubilo y adioses,
que se nos hizo pétalo, ráfaga que lo muerde,
velamen del deseo que la tarde enarbola,
polvo en que se derriba su finura arrasada,
perfume que lo invoca mortal y empecinado
pulso de primavera que lo devuelve sl polen.

Oh, niña del exilio. Hierro, patria en jirones
de una ausente hermosura de arroyos y arboledas,
la ciudad más amarga te doblegó a sus pies, ligera espiga
cercada por las máscaras del desdén y la cólera,
libre como el airón de tu nostalgia.
La luz que te nutría
-esa de viejas tapias ruinosas entre ombúes, de tibio
olor silvestre,
de pastos que se inclinan a un llamado escarlata mientras
ciernen la música más íntima del cielo-,
ramo fue de dolor para tu frente, pañuelito en el aire,
soplo después y lentamente sombra de un adiós en tu canto….
2

La música del mundo duerme en tu pelo. El agua de la tierra
más honda, ángel oscuro que llega deshojándose,
desde las gredas ciegas y el íntimo capullo de otro reino perdido,
el agua es tu silencio.
¡Compañera
del canto, mariposa
de las altas mañanas, diadema sumergida bajo el umbral sangriento
del otoño, guitarra
sonámbula; ¿qué vidala nocturna te estremece, qué sombra
te alucina, qué soplo amanecido tu clavijero desvelado,
qué último amor te sube de la sangre para encender su fino lucero
entre las nubes?

4
Copa y cobijo de mi sangre, roja mazorca desgranada hacia la tierra.

Lámpara ardiendo al aire libre, pétalo dulce en que la noche se
concentra.

Gota de furias y nostalgia, dame la luz con que el Verano te despierta.

Qué sé de ti más que tus ojos cuando van tras el palomo de la siesta.

Simple racimo de la vida cuyo dolor inabarcable te sustenta
-piedra pulida por el agua, rama de sauce para el ángel de la niebla-
desde el rescoldo de los sueños te viene un soplo de intemperies
polvorientas
que aroma largo en tu mirada cuando el amor dice tu nombre
y lo desvela.

Piedra labrada por el viento. Página escrita con un ácido de ausencias.

Como los pastos en la tarde tu corazón hacia el poniente se doblega
para escuchar aquellos días en que tu pecho era el rumor de las acequias.




Textos de mediosueño

                                                               Fragmento
...
Yo vuelvo viento arriba sobre mis propios pasos
si de todo lo andado / gozado / padecido
pido en la niebla una señal, un pulso
rumbeador, una brújula,
o esa mano paisana que me endilgue
en dereceras a tu amor y al mío,
no hay otro derrotero que el que marca
la estrella de tu gente
la íntima singladura que resiste al olvido!

Narro nieblas, descifro
un pliego infiel, borroso: un memorial manchado
a trechos por la lluvia,
un ronco manuscrito que esmerila el pampero.
Sin embargo es el texto de mi sangre, la sílaba
tierna o feroz del corazón, el humo
de lejanas fogatas buscando su escritura...
Signo y pasión a un tiempo, es mi destino:
lo alimento y me nutre.                               
                                   Al pie de su palabra,
con un único  golpe hiendo el hueso del canto
para sorber su médula
su carnal reverbero de albricia o de delirio:

                    (Un suponer, la noche
                   
                    De piedra las raíces, aspas duras
                    del animal secreto y olvidado
                    que devora la luz, que se amamanta
                    a sorbos de rocío.
                                                Las raíces
                    arden, en un manojo de nudosas espinas
                    que son memoria y lumbre de la tierra,
                    y de sus torturadas ramazones, labradas
                    y ungidas por el viento –chañar, algarrobillo,
                    resinoso retamo-, surge un haz de inocencia sobre el
                                               que dulcemente se reclina la luna!)

Guardo también desde hace mucho tiempo,
estos simples guijarros, estos viejos
talismanes raídos:
                            llancas, bezoares, piedras-imán, basaltos
del Gran Poder, espinas, dientes, valvas
del Mar-que Fue, raigones vueltos roca
de la Selva-que Fue...,bueno, piedritas
sin importancia, escoria, morralla del desierto
que el visitante pisa o arroja sin saber, que grandes máquinas
trituran sin saber, pero que a veces
resplandecen de pronto como resplandecían,
se estremecen de pronto como se estremecieron,
susurran, gimen, cantan, ordenan o suplican, pararrayos tendidos
                                                                       /al vértice del cielo,
paradioses, antenas, membranas palpitantes tejidas de infinito en infinito,
trémula red abierta frente al pavor o al júbilo de la intemperie austral,
capaces de vibrar perpetuamente, interminablemente,
-como vibraron, como vibrarían-,
y recoger en su ápice, en su erecto capullo la señal más recóndita que
                                                                                  /titula el paisaje,
así como ahora tiemblan tus pezones nocturnos en el íntimo cuenco
                                                                       /de mi mano y mi vida!                                                                                    
........
Yo sé por qué regresan,
sus rostros encendidos en el rescoldo arcaico de todos los ponientes,
en el aire nuevito, feliz de las auroras...
Muertos, no morirán, mientras los alce
mi canto desde el polvo. Son ellos. Allí vienen
el Iguanón Romero, pencoso de pobreza,
guitarra a media espalda como cantor de antaño,
junto a la Cogollita Llantén que florecía,
la primera del pago, plumón de la totora,
y tanto adiós,
tanto cielo solo...

¡Porque todo es América,
substancia, levadura, polen o hiel de América:
desmesurados sueños, escarnecida gente,
violencia, amor, exilio o hermosura,
bullicio de mercados, tristeza de cantinas,
y el destello,
el arrobo,
la perenne alegría
de aquel inolvidable picaflor de las nieves que vi-volar- y arder en
                                                                                       /Picunleo,
todo cae a la tierra,
con ese golpe sordo, cumplido, de los frutos,
y la tierra los come para siempre o los devuelve en flor sobre la brisa!








Donde el amor se atreve

Qué cosa la distancia. Uno la sabe,
se la puede medir sobre los mapas,
hablar de los caminos,
contar leguas,
días que tardan en llegar las cartas,
y cómo duele a veces, cómo duele!
La distancia es ausencia,
es un vacío
donde mueren los ecos,
donde sólo el amor se atreve a dar batalla,
a mantener su lámpara encendida en el viento.

Qué cosa es la distancia.

Sí, claro, está el teléfono. Pero yo estoy hablando
de una presencia viva, de la pausa
confidente del mate,
de otro cubierto más sobre la mesa
familiar, de una mano
cuyo calor es el de nuestra sangre,
y además de una risa que estalla y nos redime,
mariposa del alma libre sobre las penas.